Sabino Moyano
Clara Houseer miró los ojos aceitunados de Sabino Moyano, lo amaba. El deseaba contener a la mujer que lo rescató de su vida común. Sabino ya no tenía los pensamientos ocultos que le recordaban su pasado desdichado y adormecido por la rutina.
Mese atrás ,en su peluquería desechaba la posibilidad de encontrar su amor. Tenía cincuenta años y la vejez ansiosa.
Se quejaba diciendo que no se cumplía el dicho” Desafortunado en el juego, afortunado en el amor”. Cada viernes por la noche, perdía toda la recaudación de la semana jugando a las cartas. Reunirse con sus amigos en el boliche de Edmundo Urrusola era su única diversión. Casi todas las cabezas que cortaban sus tijeras recuperaban el dinero en la timba sagrada.
Ella resucitó en él la pasión de existir; y no estaba dispuesto a perder su oportunidad. Sólo los separaba un muro. Otro hombre, el marido de Clara: Estanislao Correa , el dueño del circo de Morón. Para los vecinos, un caballero afable y de gran gentileza, para Clara, el espanto. Estaba condenada a perpetuarse bajo su dominio: amenazas, golpes y torturas psicológicas.
– Clara esto ya no puede seguir así, no voy a permitir que tu marido te siga pegando, mirate como te dejó la cara. – Sabino le decía a la joven mientras acariciaba el ojo violáceo .
-¿Y qué puedo hacer?, soy su esclava, yo soy la culpable de creer en él, me engañó.
Clara se sentía incómoda con su infidelidad pero amaba a Sabino. Buscó refugio en los brazos de su hombre. Sabino cerró las cortinas de la peluquería y la estrechó con fuerza.
-¡Ya basta Clara, ésto se tiene que terminar! Hace tiempo que tengo un plan y no puede fallar, sólo necesito de tu ayuda. ¿ Quiero saber si estás dispuesta a hacer lo qué te pida ?
Clara vaciló unos minutos. Confiaba en Sabino y no quería seguir sosteniendo una vida de cautiva.
– Lo que quieras, lo que vos digas está bien, solo quiero liberarme de esa bestia.
-Gracias, te aseguro que no te vas a arrepentir. Ahora escuchá bien lo que te voy a decir…
Clara se acomodó en el sillón giratorio que ocupaban varios hombres al afeitarse. Sabino le explicó el plan.
La tarde del viernes cuatro de agosto de 1957, la barbería de la calle La Roche estaba repleta de clientes. Todos comentaban la buena campaña del Deportivo Morón. Al día siguiente el Gallito enfrentaría al conjunto de Platense. Si Morón ganaba el partido, aspiraba a codearse con los grandes de primera. Revistas el Gráfico, Patoruzú e Isidoro Cañones, leían los que esperaban su turno. Sabino, al dar sus finos tijeretazos, aspiraba nervioso cigarillos negros.
Un hombre de traje grisáceo, corbata negra, pantalones pinzados y un sombrero de fieltro, entró fumando un habano. Su cara la cubría una barba tupida y exuberante. En la peluquería no lo conocían y todos se miraron de reojo al verlo entrar.
Sabino se sorprendió y dijo mofándose al desconocido. – veo que el amigo no se pasó la navaja desde que nació
Todos rieron, pero el desconocido no le dio trascendencia a la impertinencia del peluquero.
Don García, el dueño del comercio, se asomó a ver como se comportaba su pequeño hijo Benjamín. Sabino le cortaba el cabello a la american al niño inquieto. Don García también se sorprendió al ver al hombre extraño.
– Sabinito tengo sed, no me traes agua…
– Ya empezás Benjamín, ¿por qué no me lo pediste recién? ¿Le tenés miedo a tu papá?
– De verdad Sabinito tengo sed, quiero agua…
Con paciencia y sabiendo que era un malcriado de lengua larga, el peluquero fue en busca de un vaso de agua, no quería que Don García lo quisiera echar otra vez por atormentar a su hijo insoporable. Sabino se comportaba como un nene, sus conocidos lo llamaban Don Fulgencio, el famoso hombre sin infancia de las historietas. Se divertía comprando chascos ruidosos y olorosos. Cuando el pequeño insolente, empezaba a molestarlo, Sabino lo encerraba en el baño. Antes de cerrar la puerta pisaba una bombita de olor con sus zapatos lustrados, abandonando al niño en el vaho repelente. Benjamín al ser liberado le contaba a su padre la actitud perversa de su peluquero.
– Son cosas de chicos Don García, ¡no se enoje!, vio como son los niños, exageran todo…
Su expresión bonachona y la contorsión de sus entrecejos, atenuaban sus travesuras y más de una vez lo salvaban de una paliza.
Sabino, buscó un vaso limpio en su cuarto privado y lo llenó de agua. Al salir, vio al hombre de barba agarrando las tijeras.
– ¡Me robó, me robó las tijeras! – gritó Sabino, tirando el vaso de agua en la cara de Ponce que intentaba correr al ladrón.
Sabino y todos los presentes intentaron alcanzarlo, pero la mayoría estaban viejos como para andar corriendo ladrones de tijeras.
– Mirá que sos tonto, si no me mojabas la cara yo lo agarraba a ese tarambana, todavía puedo correr. – masculló Ponce, mientras secaba su rostro.
Fatigados, entraron al local y comentaron lo sucedido. Ninguno entendía que utilidad le daría aquel hombre a las tijeras. Sabino estaba pálido y sólo atinó a decir:
-¡Espero qué no sea para lo que estoy pensando!
– ¡Un asesinato ¡-asintió el niño y empezó a reír de los nervios
-¡Qué Dios no lo permita! – retrucó un acongojado Sabino Moyano
Por la noche, en el bar de Edmundo Urrusola, las cartas bailaban en la mesa redonda de tarugo. Bebían caña, ginebra, y cada tanto pinchaban algunos pickles. La suerte no venía bien para Sabino, ya era suficiente el dinero perdido y tenía ganas de irse. Ponce, algo borracho, se burlaba del peluquero, diciéndole que su mala racha era por haberle arrojado el vaso con agua.
La puerta del bar se abrió de golpe y una brisa premonitoria atravesó los cuerpos presentes.
– Se murió Estanislao Correa, lo mataron por la tarde – dijo el Vasco Nicolini, uno de los timberos del lugar que traía la trágica noticia
Todos se eternizaron en el silencio. Solo Urrusola se animó a preguntar.
– ¿Cómo fue?
– Lo encontraron muerto en la casilla rodante, al lado del circo. Lo apuñalaron por la espalda con unas tijeras. Es terrible, un hombre tan decente como él y ahora muerto. La mayoría de nuestros hijos se divierten en el Circo de Don Estanislao.
– ¿Por qué, quién habrá sido?- se preguntaba Ponce.
Ponce lo miró a Sabino , que desentendido, escudriñaba la araña que pendía de un techo descascarado por la humedad
– ¡Sabinito tenías razón, esas tijeras iban a traer problemas!
– Por eso lo dije,¿ pero qué puedo hacer?, el diablo metió la cola…
– Nada Sabinito, éste buen hombre ha muerto, por Dios cómo puede ser, su circo le cambió la vida a Morón…
Sabino saludó sin mirar y desganado se retiró del bar. Clara lo esperaba en su casa. Al verla la apretujó en un abrazo eterno .Todo había concluido.
-¿Estás seguro qué esta muerto?- preguntó Clara
– Sí, ya no te va a molestar más.
Clara necesitaba desahogarse. Le daba satisfacción no sentir culpa.
– Clara , necesito una ayudante que me barra estos pelos en el piso, no puedo solo, ¿qué te parece si empezamos mañana?
– ¡Mañana a primera hora tenés una empleada nueva!
Sabino abrió los ojos. Se sentía extraño, a su lado dormía la mujer de su vida. Era cómplice de un homicidio pero no le importaba. Nadie podría averiguar quién era el asesino. Sin querer asustarla, acarició el cabello de Clara. Pensó, que antes de abrir las persianas tendría un corte. Clara necesitaba ser afeitada para borrar la única evidencia posible. Necesitaba conocer el rostro de la mujer, la gran estrella del circo de Don Estanislao.
HOLAAAAAAAAAAAAAAA …SOY NUEVA LECTORA DE ESTE SITIO…M ENCANTA SERLO….co´mo puedo saber saber del autor de los cuentos jorge reboredo? gracias…guiénme
Hola , cómo estàs? Muchas gracias por entrar a mi blog de cuentos. Yo soy Jorge Reboredo y en la información del autor podes encontrar una reseña con mis datos. Espero tus comentarios buenos o malos de mis cuentos.
Saludos
MUY BUENO JOR!!!!!!!!!!!!!!!! BESOS
Esa vuelta de tuerca final que no podia faltar, jaja buenisimo! no hay posibilidad de predecir un final en tus historias, eso es genial, nunca dejes de escribir…
Besos!!!!!!!
Pero qué historia de amor!!!!! Vaya, vaya…. Y los finales de los cuentos de Reboredo son siempre «la frutilla de la torta»… Nunca decepcionan….. Jorge da a «esos finales» siempre el remate perfecto!