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Queridos lectores: Les recomiendo que vayan a la solapa que dice PASAJE SIN NOMBRE , arriba , al lado de información del autor , o entren por el  enlace en esta oración.

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Hoy subió un tipo al colectivo con un violín. Parecía bastante tímido. Pidió permiso casi con disculpas. Yo estaba sentado en el quinto asiento de la fila individual. Se apoyó en la ventanilla y empezó a tocar una melodía que desconozco. La reacción del colectivo (siempre es igual) fue indiferencia. Bostezos, cierre de ojos fulminantes, lectura de algún libro, charlas virtuales con celulares.
Al terminar la melodía, nos dio las gracias. Nadie aplaudió. Con vergüenza nos dijo que solo quería transmitir un poco de arte. Se sacó la gorra de la cabeza y empezó a pedir una colaboración. Más indiferencia. No quiero quedar como una persona bondadosa pero quise darle una moneda. Solo tenía un billete de cien pesos y era demasiado para una melodía que ni siquiera conocía.
Al llegar al último pasajero y darse cuenta que su gorra estaba vacía caminó a saludar al chofer. Se iba a bajar. No sé qué pasó, pero giró hacia nosotros con su cara desfigurada. Ya no era el tipo amable. Nos fulminó una mirada y disparó una frase contundente
– ¿Digo yo y ustedes qué carajo saben hacer?
Todos nos miramos absortos. Nadie dijo nada. Esa frase nos despertó. Al darse cuenta que lo mirábamos nos gritó de nuevo.
– ¿Qué saben hacer? Yo por lo menos toco el violín. No se trata de una moneda. No quiero la plata, quiero que me escuchen en vez de estar con esos celulares de mierda.
El chofer bajó la velocidad y vi por el espejo retrovisor sus ojos atentos a la reacción del violinista.
– Es fácil ignorar, ¿qué quieren? que salga a robar, no sé robar, sé tocar el violín. ¿Qué saben hacer?
Era la tercera pregunta. Pensé que era un místico y recordé las tres veces que Pedro negó al Nazareno ¿Era una señal?
Con timidez levanté la mano. Todos los pasajeros se dieron vuelta para mirarme. El tipo hizo un gesto como cediéndome la palabra. El chofer detuvo el colectivo.
– Mirá, no sé tocar el violín, lo mío es más básico. Una vez escribí una poesía a mi perro.
El tipo parecía interesado en mi arte. Los pasajeros también.
– ¿Te animás a recitarla? – me preguntó desafiante.
– Si no te molesta, no tengo drama.
– Al contrario, ¿alguien tiene alguna objeción?
– Noooooooooo- contestaron todos los pasajeros y el chofer al mismo tiempo.
Me levanté y caminé hasta el centro del colectivo. El tipo me guiñó un ojo para darme confianza.
El perro es el mejor amigo del hombre
El me mima todas las mañanas
Cuando llego del trabajo sale a esperarme
Mi perro se llama Cucho y es muy lindo
El perro es mi mejor amigo.

Al terminar sentí mucha vergüenza y cerré los ojos. Para mi sorpresa todos comenzaron a aplaudir con entusiasmo. El chofer tocaba la bocina una y otra vez. El violinista me dio un gran abrazo.
No me pareció correcto pedir una colaboración. No quería que el violinista se sintiera mal.
Una mujer levantó la mano y dijo que era bailarina de tap. Todos le dijimos que pasara. Tendría unos ochenta años. Comenzó a bailar y a zapatear con un movimiento flexible para una anciana. El baile duró tres minutos. Aplaudimos con rabia.
El chofer dijo que sabía silbar la marcha peronista. Fue espectacular. Todos los pasajeros cantamos la marcha.
¿Y el violinista?
Nadie lo vio. No lo vi bajar. Estábamos en nuestro mundo. Alguien dijo que lo vio subirse a otro colectivo.
Nos quedamos callados y cada uno se sentó en su lugar. El chofer encendió el motor y puso el colectivo en marcha. Ni siquiera nos saludamos al llegar a la estación.

 

JORGE REBOREDO

PASTILLAS

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Crucificados por las pastillas
que permiten morir en un sueño
resurrección con pastillas
que logran simular un vuelo.

Lujuria por las pastillas
que consienten un gozo embustero
relajación con pastillas
que sosiegan el corazón enfermo.

Excitación por las pastillas
que permiten un baile sin movimientos
excusas con más pastillas
para mitigar el dolor del tiempo.

El recuerdo es el olvido
y el espejo un simulacro
nos recetan una píldora
para borrar pastillas infinitas.

JORGE REBOREDO

PARA ENTENDER MEJOR LA OBRA , LES RECOMIENDO LEER  , ESCUCHAR LA CANCIÓN QUE SIGUE Y MIRAR LOS DIBUJOS DE LUCAS MONTEDÓNICO.

 

 

La condena en una prisión es un tormento. El hombre paga su desviación en una oscura celda. Es consciente que robó o asesinó y con resignación espera la libertad, que llega con la vejez del preso.

Es cuestionable la penitencia. No se sabe qué clase de reforma se provoca en el cautivo. Se encierra la intención de matar, pero no la causa. Afuera, sin condena, siempre queda la causa.

Por supuesto que mi interpretación es cuestionable. Lo que no tiene explicación es mi condena. Aceptaría el encierro si me explicaran la razón. No sé qué hice y nadie me ha juzgado. Siento el dolor inicial de los locos: el de saberse locos. Pues bien, sé que estoy condenado. La soledad es perpetua. Mis compañeros de celda tampoco saben que ocurre. Evitan hablarme. Yo hago lo mismo. Repetimos siempre las mismas palabras.

He pensado en la muerte, pero no sé cómo llegar a ella. Estoy congelado, extraño el sol. Cada vez que el guardia nos despierta siento que puede llegar la liberación. Me apunta con su arma. Espero el tiro que me libere de lo inexplicable. Nunca llega. Solo veo múltiples imágenes, retratos de personas viviendo sus vidas. De algo estoy seguro, el castigo es desear la realidad. La tortura es asimilar que afuera podríamos repetir esas vidas.

Puedo ver a un hombre que ve . Está sentado en la cima de un acantilado. Lleva auriculares en la sien y cubre sus ojos con anteojos negros. Usa bigote y el pelo largo. Mira la playa hundida en el acantilado. En ella las personas se mueven como en un tablero de ajedrez.

Un hombre se acerca a una mujer y trata de seducirla. Ella parece tonta y él trata de conquistarla con una manzana. Me causa gracia la historia. El tiempo condenó a la mujer con la manzana del pecado. Miro a mis compañeros para que vean lo que sucede. Me dan la espalda. Ignoran mis intenciones. No quieren ver. Yo miro por ellos.

El hombre se aburre de la playa, también de los enamorados. Me gustaría saber que música escucha. La luna abre sus ojos. Eso significa la aparición del guardia con su arma. Dispara.Todo es quietud.

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Ojalá pudiera pensar que tuve un buen sueño. Me gustaría desentrañar una pesadilla. No puedo dormir. Mis compañeros tampoco. Soy como un hombre que muere y es enterrado en un ataúd bajo tierra .Al abrir los ojos es atravesado por la oscuridad. Siente desesperación ante el lugar desconocido. No puede, ni quiere hacer nada. No grita, no se mueve. Solo está ahí.

La cesión de tortura empezó con otro guardia. Luego del disparo aparecieron personas caminando hacia un lugar que desconozco. Huyen de algo. Todos deambulan con los ojos cerrados. No se tropiezan, se dejan llevar. Se une a ellos el hombre con anteojos negros y los auriculares. ¿Qué música escucha? En sus rostros de hartazgo puedo ver que son sobrevivientes. No sé bien de qué. ¿De una guerra? ¿De un desastre? ¿De un destino?  Huyen buscando lo incierto. Quiero gritar y pedirles que me lleven. Cerrar los ojos y escapar del encierro eterno.

¿Dios, soy tu creación? Necesito una respuesta. Tu silencio es ensordecedor.

Cae la noche. Otro disparo.

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Me despierto con la aparición de un faquir. Su pobreza es indiferente al mundo. A la gente le interesa su desnudez. Aparece el hombre de anteojos negros. ¿Qué música escucha? Desde un faro luminoso, como si fuera un ángel vigía, lo observa.

El faquir se clava agujas en su cuerpo. De sus heridas emergen manantiales de lágrimas. El dolor lo veo en sus ojos. Las personas desaparecen, no soportan el sufrimiento ajeno. Me pregunto  a dónde está la sangre. Tal vez pienso demasiado y veo lo que quiero ver.

El faquir termina su martirio y se marcha. Queda su sombra que no lo acompaña. El hombre de anteojos negros se acerca y tantea la figura oscura. Sus manos se llenan de sangre. Su asombro es el mío. Por primera vez se quita los anteojos. Nos miramos. Algo me quiere decir. El guardia se interpone. Estoy crucificado.

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Un niño toca un violín. La gente le deja limosna en el estuche. Aparece el hombre de anteojos negros. Se quita por primera vez los auriculares y le pide una melodía. Ambos sonríen. Me doy cuenta de algo: el hombre tiene el bigote de dos colores. El pequeño ejecuta la canción y él canta. La letra habla del fin, el fin de una comedia americana, el fin del infinito en el cine.

El hombre lleva su mano al bolsillo del pantalón. Muestra un espejo. Yo esperaba monedas. El niño me guiña un ojo y lo toma. Guía el espejo a mi celda. Aparece mi rostro. El pasado aparece. Lloro frente al espejo.

No recordaba mi apariencia en blanco y negro; tampoco el traje y un tablero de ajedrez. Sigue la melodía: Hollywood ya no me necesita.

Aparece el guardia y les dice a los músicos:

-¡Qué actor era Humphrey Bogart! Ellos asienten lo dicho. Me despido de mis compañeros. Casablanca ya no me necesita.

El guardia saca el arma por última vez. Sé que es el fin y tengo que volver al sol.

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FIN JORGE REBOREDO

LA MOTO DE BAUTI

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El cordobés no se banca más a Bauti.

y está esperando un error para echarlo.

El dueño no se banca más al cordobés

y está esperando un error para despedirlo.

Bauti no entiende como el cordobés

se la puede creer solo por tocar

la caja registradora de la pizzería.

Tiene que soportar que lo moleste, lo

humille y lo amenace siempre.

El Bauti lo ignora y en su moto sale silbando.

Reparte pizzas y empanadas por Morón.

Lo que más le molesta al cordobés

es la indiferencia de su empleado.

Pero le molesta más (Bauti no sabe la razón)

que al finalizar la jornada llevé la comida

sobrante a la Plaza La Roche.

Ancianos, hombres, mujeres y niños

cenan tarde, gracias a Bauti.

Intercambian pocas palabras, las necesarias.

El cordobés ya no sabe como provocarlo para

despertar su silencio.

Ataca muy bien.

¡Sí seguís llevándole comida a esos negros

de  mierda, vas a terminar como ellos!

Bauti reacciona por primera vez, pero en silencio.

Sus ojos verdes se llenan de ira roja.

El cordobés le baja la mirada.

El cordobés no se banca más a Bauti.

y está esperando un error para echarlo.

El dueño no se banca más al cordobés

y está esperando un error para despedirlo.

Es sábado a la noche y hay mucho laburo.

Bauti sale al reparto sin silbar.

Los teléfonos empiezan a sonar, las quejas también.

Los clientes se quejan porque los pedidos no llegan.

Es el recorrido de Bautista, piensa el cordobés.

“Cuando llegue lo rajo para siempre”

Bauti entra a la pizzería con una sonrisa.

De su bolsillo saca la plata y la entrega en la caja.

El jefe no puede entender y explota de rabia.

El cordobés no se banca más a Bauti.

y está esperando un error para echarlo.

El dueño no se banca más al cordobés

y está esperando un error para despedirlo.

Uno de los clientes enojados es un político importante,

muy amigo del dueño. Se deben favores.

El dueño le pide explicaciones al cordobés.

El cordobés lo culpa a Bautista.

La discusión termina con insultos y con un desempleado.

Es el último día de laburo del cordobés.

Bauti empieza a silbar y lo mira con mofa.

Es muy tarde. El cordobés no entiende nada.

No quiere llegar a su casa y volantea el auto.

Recuerda las direcciones de los clientes.

En los tachos de basura no ve cajas de la pizzería.

Piensa en tocar el timbre pero se arrepiente.

De casualidad rodea  Plaza La Roche.

Ve en el centro de la plaza las cajas de la pizzería.

Sin entender, se baja y se acerca a ellas.

Debe saltear  mendigos que duermen

en el piso. Piensa en despertarlos,» a estos sí,

estos no tienen timbre».

-¡Disculpen, ustedes pidieron pizza!

Silencio. Risas. Silencio. Risas. Silencio.

Silencio. Risas. Silencio. Risas. Silencio.

Al ser ignorado decide irse a su auto.

Uno de los hombres le habla desde el piso.

-¡Maestro quiere una empanadita!

Hoy juntamos mucha basura en Morón.

– Venga, no se vaya, hoy pagamos nosotros.

 

 

JORGE REBOREDO

EN EL BONDI

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Hoy tomé el 441 en la estación de Castelar
y ocurrió algo sencillo que desestructuró todo.
Cada pasajero que subía era sorprendido por
la ingeniosa ocurrencia del chofer, inesperada.
Giraba su cabeza, sonreía y con mucha cordialidad
decía: “¡Buen día, cómo estás!, sorprendente.
La mayoría quedamos desconcertados y con
timidez le balbuceábamos: un “buen día” cerrado.
Agachábamos la cabeza con absoluta vergüenza.
Eso sí, esperábamos a ver qué ocurría en la próxima parada.
Estábamos atentos a la cara de los nuevos pasajeros.
Ocurría lo mismo: saludos del chofer y respuesta vergonzosas.
Nadie podía creer tanta amabilidad. Comenzamos a codearnos
¡Che, qué bien el chofer! , ¡Mirá si todos hacemos los mismo!
¿Lo mandará la empresa? , ¿Tendrán un juicio por accidente?
¡Me hace acordar a mi nieto! , ¡Ya nadie saluda!
Y cuando quisimos acordar todos hablábamos de lo mismo.
Yo empecé la charla con una señorita del asiento de adelante (no fue al azar)
Después seguí con el abuelo de al lado y terminé a los gritos
con una mujer embarazada sentada en el primer asiento.
Eso fue general, eran palabras cruzadas en todo el colectivo.
Fue tanta la confianza que empezamos a hablar de cualquier tema:
La inflación, la inseguridad, la educación, la vuelta de Perón,
la final contra Alemania, la niña Loli, Guido Suller, todo.
En un momento se me ocurrió ver al chofer por el espejito.
Todo era por él, creo que le sonreían los ojos.
La verdad no me di cuenta y de tanta charla me olvidé de bajar.
Lo mismo le ocurrió al resto. Todos se olvidaron a dónde iban.
El chofer frenó el colectivo en la puerta de un kiosco.
Se bajó y compró gaseosas, galletitas y vasitos de plástico.
– Les molesta si paro acá en la esquina- nos dijo.
¡Al contrario! contestamos todos a la vez.
Una viejita estaba tan contenta que aplaudió la decisión,
y todos comenzamos a vitorear al chofer.
Nos contó de su vida, cuántas horas trabajaba, de sus hijos, de su señora, de sus amigos, de las navidades en familia, de la alegría de estar vivo.
Estuvimos así casi dos horas.
Nos acordamos que teníamos vidas y nos dimos cuenta de la hora.
El chofer se tomó el trabajo de preguntarnos a dónde vivíamos
y se ofreció a llevarnos a nuestras casas.
Fueron cincuenta viajes.
Yo por curiosidad me bajé último. El viaje finalizó en la terminal. Le di la mano y lo saludé.
Caminé diez metros para esperar otro colectivo. Vi como el chofer estacionó el colectivo. El playón estaba vació. Encendió un cigarrillo y comenzó a caminar.
Siempre fui curioso y me encanta seguir la locura. Y lo seguí. No fueron muchas cuadras. El chofer se detuvo en la pensión de Morón. La conozco. Viven hombres solos. Apagó el cigarrillo, sacó unas llaves del bolsillo y miró el cielo. Quise preguntarle por la familia, los amigos, las navidades. No tenía sentido, la respuesta era obvia. Caminé otra vez a la parada. Justo salía el último colectivo.
Me subí y le dije al chofer “¡Buenas noches, cómo estás!
Me miró con cara rara. Los pasajeros también.

JORGE REBOREDO

 

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  Estoy procesado por un caso de corrupción

no soy el único ni quiero ser un ejemplo

tuve que hablar y fugarme de ellos

sé que me buscan para vengarse.

El editor afirma que soy el responsable

y él sabe que fuimos varios.

En el país se afanan hasta el aire

en veinticuatro cuotas sin interés ( PUBLICIDAD)

o presentando una tarjeta los domingos.( PUBLICIDAD)

Qué bien me viene esta cama para descansar ( PUBLICIDAD)

quiero taparme con las sábanas ( PUBLICIDAD)

e ignorar las porquerías del mundo.

Se opina que las diferentes guerras

son preservativos para tanto nacimiento.

La sociedad se ama por los celulares

y busca instrucciones para dar un beso.

Mi equipo sigue perdiendo por goleada

y si no me escapo me espera el descenso.

La economía se burla de los deudores

y recomienda aprender a masticar el agua.

Una obra de teatro enciende mis aplausos

y la televisión apaga mis pensamientos.

Necesito comprarme una casa para esconderme ( PUBLICIDAD)

de los miles sin trabajo que se ofrecen.

Deseo algo de diversión antes que me encuentren

y me subo al colectivo 59 en busca de un chica desnuda.

Su placer no es por mi sexo

y sus gritos se convierten en palabras:

¡Hola buchón cómo estás!

dice y luego llama a la banda.

Ellos me conocen, nos conocemos.

Uno dice que hablé demasiado

otro que es hora de ajustar cuentas

A la cabeza con la bonaerense sale el 48.

Mi nombre aparece en los avisos fúnebres

Y en mi velorio solo me acompañan letras.

Hace frío en Buenos Aires

y hoy cumple años María Julia

El linyera le dice a Diógenes

qué soñó que yo le hablaba

de una muerte misteriosa.

Ya que puedo hablar en los sueños del linyera

me olvidaba de lo importante:

“Tenga cuidado y trate de no quedarse con lo ajeno”.

JORGE REBOREDO

PERSEGUIDOS

 

Hay una bala que me persigue hace tiempo
No tengo idea quién apretó el gatillo
Tampoco quise molestar a nadie
No me gusta andar fastidiando a la gente
¿Quién me va a decir de dónde viene la bala?descarga
Me sigue a todos lados, no tiene sentido esconderme
La gente se asusta y se aleja de mí
Me dicen que vaya para otro lado
Y tienen razón, no los culpo, la bala es temeraria.
Voy a la iglesia y me espera en el confesionario
Voy al psicólogo y me espera en el diván
Voy al trabajo y me espera en recursos humanos
Voy a mi casa y me espera al lado de mi esposa.

Hay una bala que me persigue hace tiempo
Me pregunto qué parte de mi cuerpo busca
El que disparó le dio una dirección
Nadie arroja una bala sin sentido
No la moja la lluvia ni la congela el viento
No la asfixia el calor ni la derrite el fuego
Estoy seguro que está cansada de perseguirme
La rutina no es misericordiosa en el destino de una bala
Un día me voy a dar la vuelta y la voy a enfrentar
¿Qué carajo querés bala de mierda?
¿Mi pecho, mi cabeza, mis huevos?
Las balas son muy ruidosas
No creo que me quiera escuchar
Voy a cerrar los ojos como un ciego
Voy a gritar como un mudo
Voy a soñar como un muerto

Hay un hombre que me sigue hace tiempo
Yo lo atravesé por el medio
No quiero molestar a nadie
¿ Quién me dice de dónde viene ese hombre?

 

JORGE REBOREDO

CANSADO

Puedo lograr que la gente se pierda en laberintos

pero no puedo perderme.

Puedo conseguir que los hombres sueñen cada noche

pero nunca puedo dormir.

Puedo disfrutar como los rostros se multiplican en espejos

pero nunca vi mi reflejo.

LaLuzDeDios
Pinté con inteligencia el destino irrevocable

sin embargo no puedo cambiar el mío.

He creado la repetición de los hombres

sin embargo seré siempre el mismo

Les di a los cabalistas las letras sagradas para que me descubran

y ninguno ha descifrado la Torah

Nadie puede liberarme del cansancio de ser siempre Dios.

 

JORGE REBOREDO

AFUERA LOS RECUERDOS

Los clavos

Tuve suerte que la joroba del cuidador haya impedido el último movimiento. Habrá pensado que nadie entraría a mi casa esta noche y dejó las llaves tiradas en el suelo. Tampoco se dio cuenta de los invisibles movimientos de mi cuerpo para escaparme. Hace años que lo intento. Es difícil levantarme de una cama tan dura. Me desplomo  y siento que soy como un niño que aprende a caminar. Me caigo y me levanto. Me caigo y me levanto. Me caigo y me levanto. Me duelen las manos al empujar la inmensa puerta de madera.  Afuera me esperan recuerdos olvidados. Veo una plaza iluminada con poca gente, tilos que desprenden un perfume lejano,  una bandera celeste y blanca que juega con el viento. Bajo los escalones y me siento en la vereda. Los que pasan se asustan al verme y me dicen que no puedo andar sin vestimenta. Otros se burlan y ríen a carcajadas. Todos llevan bolsas con regalos. Me levanto y cruzo la calle. Un hombre postrado pide  misericordia por su ceguera. Veo a su lado algunas monedas. Me acerco para tocar sus ojos( no sé  por qué) pero me dice que no hay lugar para las dos.

– Váyase de acá, en la otra plaza le van a dar algo.

Camino desconcertado. Los últimos vendedores de juguetes se asustan de mi figura y se alejan. La gente se esconde a festejar. La gente se esconde y no recuerda lo que festeja. Yo tampoco lo recuerdo.

Al alejarme del centro y al acercarme a las casas veo luces de todos colores en pequeños arbolitos. No sé qué significa. Autos que llegan, personas que bajan, gente que sale, gente que se abraza. Me arrimo a una ventana y veo a una familia cenando. Todos sonríen. En todas las casas ocurre lo mismo. Me gustaría que alguien me dejara entrar. Necesito algo de ropa y comida. No recuerdo cuando fue la última vez que comí. Pero las imágenes de las ventanas me recuerdan un instante.

La mayoría cierran las cortinas. Otros abren la puerta y me arrojan algo para que me vaya. Hasta los niños me temen.

Estoy cansado y necesito comer. Tal vez me den dinero. Toco el timbre (me cuesta golpear) y sale una familia numerosa. Me miran con desprecio y dicen que no me vaya. Un jóven con cara de traidor me dice que alguien vendrá por mí. Es verdad, no miente. Un auto con una sirena roja viene a rescatarme. Se bajan dos hombrecitos azules con palos de goma. Me recuerdan a otros hombrecitos. Me toman de los pelos y me arrastran al vehículo. La familia entra a la fiesta más tranquila.

No sé a dónde me llevan. En el trayecto me pegan y escupen. Me dicen vago y negro de mierda. No es largo el viaje. A los empujones me arrojan a una celda. Me tiran agua fría en el cuerpo y me colocan una visera roja. Hay otras celdas ocupadas por personas parecidas a mí. También me insultan y se burlan de mi barba.

Hace mucho tiempo que no tenía tanto miedo.¿La gente tendrá miedo? Un estruendo ensordecedor explota con luces y fuegos. Los hombrecitos de azul beben vino y se olvidan de nosotros. La celdas están abiertas, las heridas también. Veo como los presos escapan con vehemencia. Yo hago lo mismo. Al salir veo la noche iluminada. La gente sale a la calle a competir con las estrellas. Me acerco a una familia y otra vez se alejan. Todos hacen lo mismo. Se esconden otra vez y gritan  ¡Feliz Navidad! ¿Qué será todo eso?

Creo recordar el camino a mi casa. No tengo otro lugar a dónde ir. Una mujer con una cartera en su hombro me mira con piedad. Me pide que me acerque pero se pierde en un  auto negro. Al subir los escalones veo al jorobado tirado con una botella de sidra. Se asombra al verme y huye. Empujo la pesada puerta de mi casa y camino hasta la cama en forma de cruz. No sé cómo haré para subir y mantener el equilibro. No sé cómo colocaré los clavos otra vez.

Me subo a un banco y de espaldas me aferro al madero. Veo a una estatua en forma de mujer que arropa un bebé. Creo que me sonríen. Afuera sigue la fiesta llamada navidad. Me acuerdo del afuera y los clavos hacen su trabajo. Tengo sueño y también ganas de llorar. Por la mañana tal vez todo sea diferente. Las personas vendran  a mirarme como siempre, a pedirme comida, ropa y dinero y yo no sabré qué decir.

JORGE REBOREDO

LA ESPERA

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El asiento vacío nos esperaba con sus hierros forjados de color verde. A un costado, la escalera mecánica con sus dientes de metal subía a la gente hacia a un destino borroso. Mariel me miraba con ojos escrutadores rastreando una respuesta que no podría darle. A los dos nos sometía el desconcierto.  Las personas que pasaban delante de nosotros parecían percibirlo. El hombre de seguridad se movió de la entrada principal y se acercó hacia nosotros. Simplemente nos sentamos a esperar algo que no sabíamos. Nuestros ojos rotaban a ambos lados buscando lo que no entendíamos. No puedo explicar la fuerza que nos movía a actuar de manera sospechosa.

Mis manos temblaban. Busqué algo en el bolsillo del sobretodo. El guardia advirtió mi movimiento y comenzó a  hablar por su radio. Nos señalaba sin razón. En pocos segundos estaríamos rodeados por cientos de policías. Mariel estaba pálida y no había emitido una sola palabra. Su mirada de desasosiego aumentaba mi desesperación. No saqué nada del bolsillo. El guardia se tranquilizó y dejó su radio, pero fue solo un instante, porque escuchó mi grito. El arma que buscaba en el bolsillo se deshizo en mi mano. Las personas que ascendían por la escalera giraron sus cabezas al escuchar el alarido. Mariel se asustó al ver que la escalera se detuvo.  Todos dejaron de caminar y ahora nos miraban con odio. Busqué en la cartera de mi novia un cuchillo pero el fondo era infinito. Mi mano no encontró el arma y sentí que todo mi cuerpo era absorbido. Con la otra mano me sostuve del rostro de Mariel, arañándola, intentando de no ser devorado. Logré sacar el brazo y el puñal.

La policía llegó y comenzaron a cercarnos, pero no actuaban, sólo nos vigilaban. Los maniquíes de las tiendas abandonaron las vidrieras y sus cuerpos se articularon cobrando vida. Con desparpajo se despojaban de sus atuendos modernos. De sus ojos cóncavos se desprendían gusanos gelatinosos . A Mariel le dio repugnancia e intentó correr , pero ni siquiera pudo mover sus piernas inmovilizadas. Le tomé su mano y sentí que estaba fría.

Sólo un hombre no nos observaba. Sentado en la silla de un bar escribía sin percibir lo que ocurría alrededor. Cada tanto esbozaba una sonrisa de satisfacción y continuaba escribiendo. Le grité desaforado, implorándole que nos ayudara.  Fue inútil. Me di cuenta que lo esperábamos él y fue demasiado tarde. Me levanté del asiento con el puñal para matarlo por la espalda. No estaba muy lejos. Los maniquíes con sus manos escuálidas  me cerraron el paso y me empujaron al asiento. Mariel había desparecido.

El hombre parecía satisfecho con lo escrito. Se levantó de su asiento y giró su cabeza hacia nosotros. Todo volvió a la normalidad. Supe que dejaría de existir. La escalera mecánica volvió a funcionar con naturalidad, el policía retornó a su zona, las personas dejaron de mirarnos y los maniquíes regresaron a las vidrieras. Cerró el cuaderno y caminó al asiento de hierro forjado de color verde que ya estaba vacío.

JORGE REBOREDO